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Una comedia ligera

Barcelona, verano de los años 50. Un joven –o no tanto- escritor de obras de teatro (más bien vodeviles), Carlos Prullàs, exitoso pero poco original, prepara su último estreno, una comedia de enredo con muerto en el armario incluido, con un socorrido personaje tartamudo, que todos –menos el autor- piensan que ya no tiene gracia, en fin, una comedia ligera.

Al tiempo que se ultiman los ensayos de la obra, Prullàs, casi sin comerlo ni beberlo, se ve inmerso en una verdadera comedia, muy similar a sus obras, pero no tan ligera, puesto que ahora se trata de la realidad.

En una fiesta a la que es invitado, pero que no conoce a casi nadie, le presentan a un empresario de mediana edad, Ignacio Vallsigorri, amigo de las artes, que participa económicamente en la financiación de su obra. No sólo participan juntos en esto. También una joven actriz de la obra, secundaria, bastante mala, pero que está muy buena, trata a ambos hombres al mismo tiempo. El empresario que no sabe nada de este triángulo, muere asesinado después de haber pasado toda la noche de juerga con el escritor. Por supuesto, pasa a ser el primer sospechoso de la policía.

Todos los personajes de la novela, exagerados en su papel, hacen de la propia novela una símil de una comedia típica de teatro. Todos entran y salen de la vida del protagonista y giran a su alrededor: Don Lorenzo Verdugones, alto cargo policial al más puro estilo franquista de los años 50, perseguidor implacable donde los haya, que ha decido que Carlos Prullàs es culpable y no parará hasta que consiga tenerlo entre rejas; el director de la obra, Pepe Gaudet, amigo del colegio, un personaje bastante rarito y muy diferente a él (no se sabe muy bien qué los une); la primera actriz, Mariquita Pons, gran estrella de las tablas españolas, aunque algo mayorcita ya para los papeles que Prullàs escribe para ella; Marichuli Mercadal (el nombre no tiene precio), una vecina de la localidad de veraneo de la familia con quien Prullàs mantiene un encuentro extramatrimonial; Martita, su mujer, hija única de un rico empresario, lo que le permite a Carlos vivir holgadamente y a quien tiene veraneando en Masnou con sus hijos y sus suegros.

A estos personajes principales, les acompaña todo un plantel de grandes secundarios como Sebastiana, la criada de Prullàs, el doctor Mercadal, marido de Marichuli, sus suegros, el policía servil, mano derecha de Verdugones, Cosabonita, matón barriobajero, tullido y malvado donde los haya, Poveda, estraperlista y soplón, Fontcuberta, el marido de Mariquita Pons, que parece implicado en alguna trama contraria al Régimen.

Los sucesos acontecen de la manera más inesperada, atropelladamente, cuando parece que la trama se va aclarando, otro hecho la complica aún más. El protagonista se ve cada vez más y más acorralado, le pasa de todo, el mundo entero se conjura contra él, que al fin y al cabo sólo es un buen hombre al que le gustan mucho las faldas, no puede resistirse a ello y esto le complica la vida, pero buen hombre a la postre.

Alternando con la historia, leemos retazos de la obra teatral que están ensayando. Creo que es una manera de establecer algún paralelismo.

La historia acaba como cualquier comedia de teatro, una comedia costumbrista, todo el mundo en el sitio que le corresponde, todo más o menos arreglado después de sortear muchos avatares, pero sin grandes dramatismos.

No es lo mejor que he leído de Mendoza, pero es una buena obra, salpicada de guiños cómicos, entretenida, con párrafos que no dan puntada sin hilo: un poquito al franquismo, un poquito a la curia, un poquito a la burguesía catalana… hay para todos, pero con suavidad, con comicidad elegante y sin acritud, rascando sólo en la superficie. Tiene su toque.

Narrado en tercera persona, la primera mitad del libro, es una larga introducción, casi una preparación del escenario en que se va a desarrollar la acción, que comienza con la aparición del muerto y las sospechas sobre el protagonista. La novela empieza de una forma algo ligera, pero va cogiendo fuerza y solidez según avanzan las páginas.

No obstante se lee con bastante facilidad, utilizando un lenguaje claro y sencillo y con esa misma facilidad, Mendoza nos traslada a la Barcelona de la época, a sus habitantes y a sus costumbres, tipificados mediante una descripción irónica de todos ellos, un amplio abanico social. El contraste entre ricos y su marcada diferencia cultural, su manera de expresarse, de comunicarse, su diferente forma de ver la vida, su distinta apreciación sobre lo que está bien o mal.

Un pequeño “pero” sí que le pongo: Los diálogos son narrados (excepción hecha de los correspondiente a la obra teatral que están ensayando). Toda la obra es una narración continua. Y digo pequeño porque, después de las primeras páginas, casi ni lo notas, pero hubiera preferido el estilo clásico de narración alternando con diálogos.

¡Ah!, se me olvidaba decir que esta obra obtuvo el premio francés al mejor libro extranjero del año.

Siempre es un placer leer un libro de este autor. Quizá ahora, en verano, sea el momento de releer “Sin noticias de Gurb”, un libro pensado para leerse en la playa (según palabras del propio escritor).