Empezaré diciendo que esta reseña va cargadita de spoilers, pero como no voy a descubrir ningún final inesperado no creo que haga mucho daño, aun asÃ, si no queréis seguir leyendo estáis en vuestro derecho, pero no puedo evitar hacerlo pues es un libro para compartir con otros su lectura y los descubrimientos que haces mientras la lees. Es una lectura larga la de esta reseña, pero yo, como mi sobrina cuando era muy pequeña, a la pregunta de “¿por qué hablas tanto?â€, contestarÃa, al igual que hizo ella, “Porque tengo mucho que decirâ€. Mi sobrina LucÃa es una gran comunicadora.
Empieza el prólogo contándonos cómo se creó la Gran Biblioteca de AlejandrÃa y lo inicia asÃ:
“Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o desde las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que sólo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos.â€
Interesante prólogo que nos avanza el cariz que tomará la narración y el lenguaje del libro. Me parece muy interesante leer el prólogo de cualquier libro, pero en este caso ¿no creéis que es un inicio fascinante? Nada nos hace pensar de que lo que vas a leer es un ensayo sobre cómo se inició la literatura, el libro, el mensaje escrito.
La Gran Biblioteca de AlejandrÃa se creó por un capricho megalómano del faraón de turno que quiso abarcar y poseer todo el conocimiento del mundo, el sueño de una biblioteca absoluta y perfecta con todos los libros del mundo creados desde el origen de la escritura. Para ello utilizó todo tipo de estrategias desde el robo, la estafa y el expolio hasta, si no habÃa más remedio, la compra de los libros que entonces eran rollos de papiro.
Este capricho fue de la mano del auge de la ciudad de AlejandrÃa. Un general de origen macedonio, Ptolomeo, amigo Ãntimo, escudero y guardaespaldas de Alejandro Magno, fue el regente impuesto al paÃs después de ser conquistado. Ptolomeo que ni conocÃa el idioma ni las costumbres del paÃs conquistado, era mirado con cierto desdén por el pueblo al que querÃa gobernar, decidió acabar con esto trasladando su propia corte, el corazón de Egipto en una nueva ciudad creada por Alejandro el Magno (quien iba dejando AlejandrÃas por todos los paÃses conquistados) el que eligió la isla llamada Faro para ser la AlejandrÃa de Egipto. Allà se construyó el primer faro, que tomó su nombre de la ciudad en que fue construido. Una de las siete maravillas del mundo antiguo.
AlejandrÃa fue el nuevo centro vital del paÃs, allà reunió a los mejores cientÃficos, escritores y eruditos del mundo. También fue el principal puerto de Egipto y en los barcos encontraron un nuevo método de “adquisición†de libros: requisándolos en la aduana.
Desde estos tiempos de locura desatada por los libros hasta la actualidad la autora defiende la permanencia del libro a pesar de los augurios que pronostican su desaparición en favor de otras formas de lectura en dispositivos electrónicos.
El libro persiste con bastante buena salud si lo comparamos con los vinilos, las cintas casetes o las pelÃculas VHS y tiene una explicación sencilla: el único instrumento que necesitamos para leer un libro son nuestros ojos.
Por esta fiebre del libro se crearon importantes profesiones que ahora son imprescindibles como la de bibliotecario, traductor, copista (ahora sustituido por imprentas) y corrector, y un tiempo después la de librero o vendedor de libros. Y algo en lo que no habÃa pensado nunca: Los tÃtulos de los libros. Nadie ponÃa tÃtulo a su obra y de la mayorÃa ni siquiera se conocÃa el autor ¿Cómo distinguir un libro de otro en una librerÃa en la que hay cientos de miles de ejemplares? Los archiveros tuvieron la gran idea de poner en cada rollo de papiro una etiqueta visible con la primera frase del libro. De momento esto valÃa. Ya vendrÃan después los tÃtulos y los autores. También se crearon las primeras signaturas para agrupar los libros por materias y localizarlos más fácilmente, y algo que nos parece que ha existido siempre: El orden alfabético.
La de AlejandrÃa fue la primera biblioteca no privada (la primera biblioteca privada conocida es la de Aristóteles) y no especializada. Allà se reunió todo el saber escrito. Fue tan grande su contenido que tuvieron que abrir una filian en el tempo de Serapis (el Serapeo). Esta pequeña filial llegó a abrigar “solamente†cuarenta y dos mil ochocientos rollos de papiro.
Cuando otras ciudades decidieron copiar esta idea Egipto dejó de venderles papiros para evitar que nada ni nadie les hiciera sombra. Y asÃ, por la necesidad de encontrar nuevos soportes de escritura, nació en la ciudad de Pérgamo el pergamino a partir de la piel de un becerro. Fueron perfeccionando la técnica de escribir sobre cuero hasta que el pergamino llegó a sustituir en su totalidad al papiro, sobre todo, una vez descubierta su durabilidad en detrimento del papiro que soporta mal el paso del tiempo y la humedad. De ahà al tatuaje actual hay pocos pasos.
También nos cuenta cosas curiosas sobre el modo de leer de aquellos tiempos: en voz alta y paseando o marcando el ritmo de la lectura con el pie, de la misma forma que ahora marcamos el ritmo de una canción.
Al tiempo que nos cuenta la historia de libro nos cuenta la historia de las personas, su modo de vida, su evolución, lo que supuso el paso de vivir en pequeñas ciudades a pertenecer a un gran y extenso reino y la involución hacia nuestro individualismo, más acentuado cuanto más grande es la ciudad en la que vivimos. Cómo la globalización nos abocó hacia una nueva religión en la que refugiarnos: la de la cultura y el arte.
Nos explica el concepto de museo para los antiguos griegos: Un museo era un recinto en honor de las musas, hijas de la Memoria y diosas de la inspiración. Entonces un museo era más parecido a una academia, llena de escritores, poetas, cientÃficos y filósofos, que a lo que ahora conocemos por museo. Allà se producÃan los grandes descubrimientos, inventos y teorÃas revolucionarias que cambiarÃan el mundo para siempre.
Otras curiosidades que encontramos en el libro vienen de la mano de su primera visita a la biblioteca de la Universidad de Oxford, la biblioteca Bodleiana, dónde para entrar debÃas pasar por unos controles que parecen sacados de una pelÃcula de espÃas. Formularios, explicaciones y promesas de que no vas a estropear ningún libro, registro de bolsos y mochilas hasta llegar el torniquete metálico para acceder. La biblioteca de Oxford es tan grande que existe una ciudad subterránea para albergar todos los libros que no pueden guardarse en el propio edificio. Su colección aumenta en unos cien mil libros al año.
Interesantes y, a mi modo de ver graciosas, son las maldiciones que existÃan en algunos recintos que albergaban libros, por ejemplo:
“Para aquel que roba, o pide prestado un libro y a su dueño no lo devuelve, que se le mude en sierpe la mano y lo desgarre. Que quede paralizado y condenados todos sus miembros. Que desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia, y que nada alivie sus sufrimientos hasta que perezca. Que los gusanos de los libros le roan las entrañas con lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente, descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempreâ€.
No me parece extraño que la lectura no fuera una actividad muy extendida por entonces: Los libros daban miedo.
Un dato muy interesante: cuando la literatura pasó del relato oral al relato escrito, nació la prosa. Los juglares, bardos y otros narradores profesionales debÃan contar el relato en verso para recordarlo con más facilidad. DebÃan repetir una y otra vez el mismo relato y la musicalidad de los versos era de gran ayuda. Al reflejarse por escrito en un papiro o en un pergamino este relato, no era necesario recordarlo, se podÃa leer una y otra vez sin necesidad de memorizarlo y además no sufrÃa cambios con las distintas repeticiones. Hace aquà la autora una graciosa mención al burgués gentilhombre de Molière, que un buen dÃa se dio cuenta de que llevaba más de cuarenta años hablando en prosa sin saberlo.
La prosa facilitó la creación de libros cientÃficos, de teorÃas, de pensamientos, de historia y o filosofÃa.
A pesar del gran auge de la palabra escrita, hasta el pasado siglo XX eran una gran mayorÃa las personas analfabetas que no sabÃan leer ni escribir, por lo que la oralidad no fue del todo desterrada por la lectura y siguieron existiendo los narradores. Después, las historias llegaban en el mundo moderno a través de la radio, la televisión o el cine sonoro. La oralidad ha tenido su reconocimiento en la actualidad con el Nobel a Bob Dylan.
También existieron grandes detractores de los libros bajo la premisa de que, si el conocimiento estaba escrito en un libro, nadie se molestarÃa en memorizarlo o aprenderlo ¿para qué? Bastaba con consultar el libro. Algo parecido sucede ahora con Internet, Google o la Wikipedia ¿para qué vamos a memorizar o aprender si siempre tenemos a mano un móvil, un ordenador o una Tablet para consultar lo que queremos saber? ¿Esto limita al ser humano o le abre fronteras que antes era incapaz de alcanzar?
Durante la lectura encontramos referencias a multitud de libros de los que habla de tal manera que te está apeteciendo leerlos según acabes con este. No sé si me dará la vida para leerlos todos. Algunos, afortunadamente ya los he leÃdo, como Fahrenheit 451, donde se describe un paÃs en el que está prohibido leer y los disidentes escondidos en recintos no poblados y abandonados, han aprendido de memoria libros enteros, libros que a cada uno dejó huella, para que, cuando acabe este gobierno, esta guerra contra los libros, éstos puedan ser reescritos. Basado en historias reales, no son una ni dos, las veces que los libros han intentado ser destruidos entre las llamas para siempre. La oralidad, la memoria y la escritura se necesitan mutuamente.
En un principio la escritura y la lectura era cosa de nobles, pero los burgueses querÃan también esos conocimientos para sus hijos y estaban dispuestos a pagar por ello. Asà nació la escuela, el primer lugar colectivo de aprendizaje. Hay restos cerámicos con figuras infantiles leyendo con una antigüedad de dos mil quinientos años. Siempre niños ¿Cuándo se empezó a considerar que la mujer tenÃa derecho a aprender a leer y a escribir? Por desgracia no hace tanto.
La escritora hace en primera persona, contando sus experiencias infantiles, un elogio a la escritura y la lectura, pues este aprendizaje marca un antes y un después en la vida de una persona.
Nos recuerda cómo las primeras bibliotecas eran móviles, ambulantes, buhoneros que transportaban en sus carros libros de pueblo en pueblo, antepasados de nuestros bibliobuses, siendo las libreras sedentarias una anomalÃa moderna.
Al leer esto recordé una pelÃcula que vi hace muy poco, Noticias del Gran Mundo, en la que un magnÃfico Tom Hanks viaja por los pueblos oeste americano leyendo noticias de los periódicos a todos los que se reúnen a su alrededor para escucharle.
Otro capÃtulo curioso es el dedicado a las listas. Hacemos listas para todo, pero eso no es nuevo. Listas de lo que tenemos, listas de lo que queremos, listas de lo que nos gusta y de lo que no nos gusta. Todo el mundo quiere tener bien anotadas y contabilizadas todas sus posesiones ya sean libros, sellos, casas, rebaños,… todos sus bienes. La Biblioteca de AlejandrÃa tuvo una enorme lista muy bien documentada de los libros que tenÃa, autores, biografÃas,… etc. Otras muchas bibliotecas también lo hicieron y algunas de ellas han llegado hasta nosotros. Asà hemos podido lamentarnos de las pérdidas inconmesurables que nos trajo la destrucción de muchas obras, ya sea por el fuego, o por el propio tiempo cuyo paso no llevaban muy bien los papiros.
Me he extendido demasiado en contar parte del argumento, pero esto no es ni la mitad de la mitad de todo lo que podemos encontrar en este libro ¿comedia o tragedia? pocas comedias nos han llegado de Grecia o Roma porque la comedia se consideraba irreverente, rebelde y disidente y desafiaba al poder de manera incisiva que tenÃa gran eco entre el público. La risa y su poder revolucionario. Y ahà nació la censura.
Espero que esto sirva de aperitivo para que a alguien le abra el apetito por su lectura.
Nunca se me hubiese ocurrido leer un ensayo si no hubiera sido porque me ha venido fervientemente recomendado por una persona cuyo criterio lector y el mÃo suelen coincidir muy a menudo y tengo que decir que esta ha sido una de esas muchas veces. Como he dicho antes, es un libro para compartir y asà lo descubrió ella, en uno de esos muchos grupos de lectura que leen el mismo libro a la vez y luego comentan.
Tampoco leerÃa un libro meramente didáctico, pues sólo leo por puro entretenimiento, pero es que este libro lo tiene todo: En ameno, engancha desde la primera lÃnea, te enseña muchÃsimo y ese muchÃsimo es, además, muy interesante. Está escrito en un tono amable, con un lenguaje cercano, comentando la autora hitos del pasado y del presente. Sabes que es un ensayo, pero te lo cuenta como si fuera una novela o una carta, hablándote directamente a ti, contando sus propias experiencias (muy cercanas en el tiempo, pues es una escritora muy joven) por las bibliotecas de distintas partes del mundo, compartiendo vivencias y curiosidades, añadiendo finas pinceladas de humor que amenizan la lectura. Además del conocimiento que tiene de los libros y de su historia, se ve que se ha documentado muchÃsimo.
Es un gusto ver el amor, la pasión contagiosa que siente la autora por los libros y la lectura y cuánto admira a los clásicos griegos a los que considera punto de inicio de la cultura de la que ahora podemos disfrutar y que tenemos al alcance de la mano.
Me ha pasado con este libro algo que no me ha pasado con ningún otro: Cuando llevaba un tercio de lectura aproximadamente, he decidido volver a empezar a leerlo más despacio, para disfrutarlo más y mejor. ¡Son tantas las cosas curiosas e interesantes que tiene!
He estado compartiendo frases, descubrimientos y párrafos del libro a tiempo real con familiares y amigos, de tanto como me gustaban, asombraban y me parecÃa que era necesario compartirlas con otros para que pudieran disfrutarlas tanto como yo.
Es un libro redondo. MagnÃfico. No puede calificarse de otra forma. Se merece todos los premios recibidos.