Acabada la Guerra Civil, cuando las tropas rebeldes a la República entran en Barcelona, Miquel Mascarell, inspector de policía es apresado y condenado a muerte. Esta pena es conmutada después por cadena perpetua a trabajos forzados en la construcción del Valle de los Caídos, monumento faraónico erigido en honor de los caídos del golpista bando franquista que construyeron los presos fieles a la República.
Tras pasar algunos años allí, de repente a Miquel Mascarell le indultan, sin muchas explicaciones y con un billete para volver a su Barcelona natal. Allí no le espera nadie: su hijo murió en el frente, su mujer murió de enfermedad y su hermano se exilió con su familia tras la toma de Barcelona.
Nada más llegar ya tiene un pequeño encontronazo policial: Al fin y al cabo está fichado por rojo y todos sabemos lo peligrosos que son. Le vigilarán de cerca, le advierten, y al primer problema le mandan de regreso al Valle.

Presos trabajando en el Valle de los Caídos Imágenes del libro Victimas de la Victoria de Rafael Torres
Ya no tiene ni casa, ahora la ocupa otra familia y decide buscarse un hostal barato que pueda pagar con las cuatro perras que le dieron al ponerle en libertad. Necesita un trabajo pero a su edad lo ve bastante difícil.
En esas estamos cuando en la pensión se recibe un misterioso sobre a su nombre ¿Quién sabe que vive allí? Es más ¿Quién sabe que le han puesto en libertad? Aún más ¿Quién sabe que aún vive?
Tarda en abrir el sobre, le parece sospechoso, no se atreve pero sabe que al final lo abrirá y cuando lo hace encuentra cuarenta billetes de veinticinco pesetas tan perfectos que parecían acabar de salir de la imprenta del Tesoro.
1000 pesetas era una fortuna, una gran fortuna llovida del cielo y la pregunta escrita con buena letra en la hoja de papel que las acompañaba era cuando menos intrigante, cuando no tentadora: Quiere volver a sentirse policía?
También encontró una foto de unos diez centímetros de longitud, retocada, de estudio, de una mujer joven sonriente y muy guapa. Y una segunda hoja de papel con sólo un nombre escrito a mano: «Parador del Hidalgo»
Estuvo mucho tiempo mirando el contenido del sobre sin saber muy bien qué hacer o cómo se sentía.
No pudo resistir su curiosidad y al final fue a ver el Parador Hidalgo. Descubrió que no era otra cosa que un burdel de jóvenes mujeres guapas, rodeadas de lujo y con clase. O al menos lo aparentaban.
Su instinto policial le obligó a entrar -realmente quiere volver a sentirse policía, siempre lo ha sido y siempre lo será- y fotografía en mano, preguntar si alguien conocía a la muchacha. Pero esto hacía que las chicas se sintieran mal y él totalmente desplazado e incómodo en este lugar. Salió y a los pocos pasos se cruzo con una antigua conocida: Patro Quintana, la muchacha a la que salvó la vida en su última actuación policial antes de que cayera Barcelona y con ella toda su vida.
Patro Quintana se dirigía al Parador del Hidalgo: Aquello no podía ser una casualidad.
Poco a poco, investigando con cuidado –la policía franquista le vigila de cerca y no tiene permiso para actuar como policía o investigador privado-, se ve inmerso en una peligrosa trama que parece un círculo que se cierra en torno a Miquel Mascarell ¿Por qué? ¿Por qué se siente perseguido? ¿Por qué siente que alguien va un paso por delante?
Una historia emocionante, intensa, protagonizada por una persona que se te hace entrañable, cercano, por el que sientes amor, admiración y lástima a partes iguales.
¿Cómo acaba? Pues tendréis que descubrirlo. Os aseguro que el libro os gustará, pero yo primero leería el anterior, Cuatro días de enero. No es que sea imprescindible, pero ayuda mucho a entender la historia, la compleja trama en su totalidad.
Este escritor me fascina. Es un todoterreno, le da lo mismo lo que le pongas a escribir que lo borda. Los personajes están tan bien creados que parecen totalmente reales y las tramas se leen de un tirón y casi sin respirar. Escribe con sencillez y claridad aunque de vez en cuando te cuela alguna palabra que otra que desconoces como, en mi caso, la palabra enteco, por ejemplo. Pero cuando son pocas y te permiten seguir la narración sin dificultad, esto no hace más que enriquecer el lenguaje.
No sólo la narración es impecable, los diálogos son perfectos, naturales. Este autor escribe sin meter párrafos innecesarios, escenas de más, ni alarga la historia para que parezca más gordo/importante su libro. Cuenta lo que tiene que contar y todo es interesante.
Dentro de que es una novela dramática, los personajes no son demasiado agraciados por la diosa fortuna y son felices sólo a su manera. Tiene algunos pasajes verdaderamente geniales y divertidos. O al menos a mí me lo pareció. Creí estar viviendo la escena y me reí para mis adentros del osado que intentó intimidar al pobre Mascarell. Aquí os transcibo parte del pasaje que tanto me gustó:
En el tren varias personas de distinto aspecto y ralea, callados y con la mirada dirigida casi al infinito.
Un hombre se dirige al protagonista:
—¿Me daría un pitillo?
—Lo siento, no fumo.
No le creyó. La mirada fue adusta.
—Entiendo que no quiera dármelo, menudos son los tiempos. Pero no hace falta que mienta, hombre.
—No le miento. No fumo.
Su interlocutor se agitó. Quizás no estuviera en sus cabales. Tampoco importaba demasiado. Los locos estaban fuera y los cuerdos dentro. Miquel Mascarell pudo observarle mejor. Unos treinta y pocos años, aspecto de obrero, gorra calada, pantalones de pana y camisa zurcida.
—¿Cómo que no fuma?
—Nunca he fumado. Me parece un vicio inútil más que una necesidad o un signo de modernidad.
—Pues yo creo que el que no fuma no es hombre, ya ve.
—Franco no fuma.
Posiblemente hasta el cura sonriera. No quiso comprobarlo. Le bastó con mirar fijamente al pedigüeño. Se había quedado pálido.
Y mudo.
En fin, este hombre se merece todos los premios que quieran darle: Es un genio de la escritura. Iba a decir de la pluma, pero eso ya no se lleva.