Los dioses griegos no son lo que eran. Los hombres han dejado de creer en ellos debido a la pérdida de los valores más elementales y, sabiendo que sólo existen en el pensamiento humano, cuando éstos les olvidan o dejan de creer, inmediatamente dejan de existir. Estos dioses no son omnipotentes, o lo son sólo mientras nosotros creamos que lo son y, además, han perdido casi todos sus poderes sobrenaturales.
Los pocos que quedan (Zeus, Hera, Atenea, Artemisa, Ares, Afrodita y Hermes) deciden tomar cartas en el asunto y proteger su existencia. Para ello se mezclarán con los mortales y volverán a extender su imperio religioso y de adoración por todo el mundo.
Localizan un hostal en la campiña inglesa en el que el dueño aún cree en ellos y les parece un buen comienzo. No irán diciendo “ ¡Eh!, que somos los dioses del Olimpo, creed en nosotros”, pues les parece un poco fuerte, aunque no saben muy bien cómo hacerlo, por lo que deciden, de momento, infiltrarse como si fueran humanos, convertidos en una ¿típica? familia burguesa.
Al pobre posadero le pasa lo que a mí, que conoce a los dioses griegos, sí, pero de una manera un tanto general, por lo que a veces los confunde y otorga a unos dioses poderes y características que pertenecen a otros, mezclando hechos pasados y cambiando a los protagonistas de los mismos, lo que desconcierta a los propios dioses. A partir de aquí todo es un sinsentido, una comedia de enredo llevada al grado sumo.
Hermes está preocupadísimo por conseguir que los hombres crean en ellos y por proteger la vida del posadero, hasta ahora su último creyente; Zeus pensando siempre en realizar “intercambios” con las humanas (tal y como lo pinta, a mí me parece un viejo verde); Hera, en su papel de mujer de Zeus, engañada y celosa pero digna, ocupada en menesteres caseros (pero no muchos tampoco, vamos); Afrodita, como Zeus, pero más joven y en versión mujer (la pinta casi como una prostituta, incluso con bolsito giratorio en la mano); Ares buscando un público dispuesto a escuchar sus batallitas (en sentido literal); Atenea, la diosa lista, dirige una escuela de muchachas y Artemisa, virgen pero deportista, la mejor del mundo mundial, batiendo récords en todos los deportes existentes, pues va y se enamora de un humano.

El último reducto del Olimpo
Ni los mismos dioses saben como dirigir y digerir esto. Nada tiene ni pies ni cabeza. Y siguen sin tener fieles seguidores ni creyentes. En cuanto el último muera, los olvide o deje de creer en ellos, desaparecerán al instante.
No está mal la historia, pero no ha terminado de convencerme. Hace demasiados guiños a la mitología griega y, si no estás muy puesto, puedes perderte. Este ha sido mi caso, que sólo la conozco a grandes rasgos y, aunque afortunadamente los dioses protagonistas son bastante conocidos, ha habido demasiadas veces que no me enteraba de la ironía que los diálogos pretendían transmitir.
No sé si tiene más lectura que la irreverente de desmitificar a los dioses, transmitir la idea de que los dioses son un invento del hombre que igual que los crea puede olvidarse de ellos. Quizá quiera expresar el paso de la religiosidad absoluta del hombre, cuando su vida estaba regida por los dioses, al imperio de la ciencia, cuando ya no necesitamos milagros para explicar determinadas cosas. Esta ciencia puede ser la que ha acabado con los dioses.
Creo que el tema y el planteamiento, tratados de una manera que pudiéramos entender los más profanos, hubieran dado para mucho más. Una novela que debería leerse en varias horas, he tardado varios días, pero es que no me ha enganchado. Es de esos libros que dejas de leer y no encuentras momento para retomar su lectura.