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El manantial, Alejandro Castroguer.

El manantial, Alejandro Castroguer.

Me ha gustado bastante poco. De hecho, estuve a punto de no terminar la novela en dos ocasiones. Una cuando llevaba unas 100 páginas, y otra con más de tres cuartas partes del libro leído. He tenido que hacer un ejercicio de voluntad para acabarla. Ojo, no quiero decir que sea mala, simplemente que a mi no me ha gustado.

La trama nos cuenta la historia de dos adolescentes, Abel y Verona, que tras en apocalipsis zombie, sobreviven encerrados en un instituto. La particularidad es que llevan allí viviendo casi quince años, en lo que han convertido ya en su hogar. La planta baja está plagada de zombies, la primera planta es su «hogar», y en el ático tienen la huerta. Disponen de todo tipo de espacios, como una biblioteca, sala de juegos, cementerio (donde depositan a las bajas que van teniendo), etc…

Verona sufrió el incidente con cinco años, por lo que ahora, a pesar de ser adolescente, tiene una carencia de información enorme, debido a no haber ido a la escuela ni haber tenido experiencias vitales. Abel es más joven aún, por lo que anda todavía peor. Por poner un ejemplo, encuentran al principio el armazón de un paraguas, y no tienen ni idea de para que propósito pudiera servir el objeto, ya que nunca han oído hablar de él.

Cuando inicié la lectura, me llamó la atención la advertencia de la portada sobre la violencia y el sexo explícito. Pensé que sería una estrategia publicitaria, pero no lo es. Bueno, sí que lo es, pero el libro hace honor a la advertencia. Toda la novela está plagada de escenas violentas de una crueldad extrema, dignas de aparecer en la serie cinematográfica «Saw», y de escenas de sexo de corte pornográfico, mezcladas con escenas de torturas. No sé si están justificadas o son meramente provocaciones gratuitas, pero a mi me resultaron bastante desagradables, y dos de ellas fueron las que hicieron que estuviera a punto de cerrar las tapas y dejarlo en el limbo de los libros a medias.

Los niños comienzan su reclusión con el padre de Verona, que les educa como puede, y les enseña los rudimentos fundamentales de supervivencia, pero tras unos años muere, y deja a los dos jóvenes sólos. En un entorno hostil, y sin un referente moral adecuado, los niños no tienen límites para sus juegos, y la violencia y el sexo se van desmadrando poco a poco, como pudiera pasar en El Señor de las Moscas, por ejemplo.

A veces llegan al instituto algunos visitantes en busca de refugio, y vivirán con los jóvenes durante algún tiempo, pero finalmente serán víctimas de su juego macabro, y nos irán proporcionando nuevas escenas de torturas, en lo que los jóvenes llaman «el juego de los muñecos». En realidad, los zombies son los menos cabrones de la novela.

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