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Aranmanoth

(Ver Leyendo-Ficha Técnica)

Orso es el único hijo del Señor de Lines, un hombre duro y cruel al uso de los caballeros de la Edad Media. Orso es feliz entre las mujeres de la casa, su madre y las criadas, que le quieren y que le cuentan bellas historias en torno al fuego de la chimenea. A Orso le gusta el bosque, le gusta pasear rodeado de naturaleza. Oye voces, que le hablan y le confortan.

Pero su padre decide que su hijo debe instruirse en el arte de la guerra y le manda con el ejercito del conde, a quien rinde vasallaje, para aprender a guerrear. Y Orso pierde la inocencia. Deja de oír voces, deja de disfrutar de la luz, de la naturaleza, del bosque… ya nadie le cuenta fábulas ni historias. Y Orso olvida y se convierte en un joven y valiente guerrero.

Un día le comunican que su padre ha muerto y debe hacerse cargo de su hacienda, sus tierras y sus gentes. Orso vuelve a Lines y, al cruzar el bosque a la entrada de sus tierras, vuelve a recordar, vuelve a oír las voces… le habla el agua. Y Orso vuelve a ser feliz. En el estado de éxtasis en que se encuentra Orso, medio dormido junto a una cascada de un río, ve salir de entre las aguas al Hada joven del Manantial, la más jóvenes de todas las hadas del bosque. Ambos se unen en un profundo amor, un arrebato amoroso, pero el hada le advierte que, esta dicha tiene un precio: Ella morirá por haberse atrevido a amar a un humano y él olvidará todo lo ocurrido. Le regala una preciosa y ligera armadura que le protegerá de todos menos de sí mismo.

Orso llega a las tierras de su padre y se convierte en el nuevo señor de Lines. Años después, cuando ya lo había olvidado todo, un día se presenta en el castillo un anciano con un niño, a quien presenta como Aranmanoth, mes de las espigas, hijo suyo fruto de su amor con el Hada Joven del Manantial, con quien no puede seguir pues el hada muere como estaba previsto. Aranmanoth tiene doble naturaleza, humana y mágica, pero no termina de pertenecer a ninguna de ellas.

Orso emocionado, y queriendo recordar, solo acierta a decir “Hijo mío, hijo…” Aquí quiero decir que la autora me hizo reír al apuntar:

Aranmanoth y Orso llevan una vida feliz y más o menos tranquila, hasta que el Conde requiere a Orso para dos cosas: Primero para que se casa con una princesa del Sur, del país de Nores, territorio que quiere conquistar, pues en el fondo lo envidia. Y segundo para que vuelva a guerrear a su lado.

El único problema es que la joven novia tiene tan sólo nueve años, una hermosa niña de cabellos negros y rizados, que despierta la ternura de Orso. Pero no pasa nada, pues antes de consumar este matrimonio, Orso tiene que pasar muchos años junto al conde y, a su vuelta, Windumanoth, mes de las vendimias, ya será una hermosa mujer.

Orso encarga a su hijo, Aranmanoth, que cuide de Windumanoth, que no le falte de nada y la proteja de todo mal. Así lo hace y, poco a poco, se hacen grandes amigos, y juntos descubren los secretos del bosque y aprenden a leer en las hojas de los árboles y a escuchar el silencio. Ambos niños van creciendo juntos, abandonando su infancia, y su amistad se va fortaleciendo.

Un día vuelve Orso y decide ejercer sus derechos de esposo. Al día siguiente, horrorizada Windumanoth, sólo piensa en escapar hacia su país el Sur, con sus recuerdos felices, un lugar entrañable y acogedor. Aranmanoth la acompañará en esta huída.

Pero nada es lo que era y ambos jóvenes lo descubrirán de la manera más dolorosa posible.

Al igual que me pasó con “Isla de Nam”, esta novela me ha parecido un cuento o una fábula. Por su extensión, por su lenguaje, por su mensaje, por sus pocos personajes, algunos de ellos seres fantásticos. La época en que transcurre, la Edad Media, también es frecuente en leyendas y cuentos.

Escrita con un bello lenguaje, sencillo, con un ritmo suave, pero no lento, casi como un río que fluye tranquilo, cuya superficie apenas se mueve, pero que avanza inexorablemente, con abundante narración y escasos y breves diálogos, Ana María Matute nos cuenta de manera dulce y cruda a la vez, la difícil transición de la infancia a la edad adulta, pasando por la inestable, apasionada e inquietante juventud. La pérdida irremediable de la inocencia, candidez y sencillez infantil, da paso a unas expectativas poco felices del mundo y la vida. Nos enseña como para defendernos de esta situación tan dura y dolorosa, optamos por aislarnos, ponernos una coraza y olvidar los momentos felices para evitar sufrir por su pérdida.

Me ha gustado la alegoría, fácilmente identificable, del Norte y el Sur. Las tierras de Nores, el Sur, representan la calidez, la alegría, la seguridad, el amor; y el Norte, Lines, la frialdad, la dureza, lo desconocido, la cruda realidad, el sufrimiento, la guerra. Es muy significativo cuando ambos jóvenes parten en busca de ese Sur deseado y se encuentran con la tristeza y la desesperación de aquellos que les contestan “El Sur no existe”. ¿Por qué no existe? ¿Es un recuerdo? ¿Una utopía? ¿Un sueño? ¿Es la niñez perdida e imposible de recuperar?